... Pensaba yo que la subidita al monxoi, que te deja a la altura de San Marcos, me iba a costar. Pero no fue tanto como recordaba de otras veces. Deseaba acabar, y el final estaba cerca.
O quizas sería porque me empujaban mis pensamientos, mis ganas de llegar a Coruña, donde se tocaba la sinfonía que ni un solo momento dejaba de sonar en mi cabeza. No bajes la batuta, maestro.
En cualquier caso, todos los dolores de los músculos conocidos y desconocidos de mis piernas, la ampolla del pie derecho , la tendinitis del talón izquierdo, el viento, la lluvia, y el frío, todos ellos fueron incapaces de pararme, así que una cuesta, por muy empinada que fuera, no podría conmigo. Sobre todo porque me empujaba un anhelo especial,
No llovía apenas ya, el viento cesó de repente, se hizo un silencio que me hizo parar, en mitad de la carretera, sólo oía mi respiración, mejor dicho, mi jadeo y un golpeteo rítmico en las sienes que no podía ser otra cosa que la sangre subiendo a presión. El silencio, otra vez el zumbido sordo del silencio.
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No quiero descartar la idea de que alguien le envió a cumplir un objetivo, y conceder de verdad ese deseo que te sale sobre la marcha del subconsciente, de repente, al sorprenderte con el ofrecimiento te sale sincero, de dentro. ¿Por qué no?. Al recordar lo que pediste, te hace ver la clase de persona que eres, si pediste fortuna, si pediste salud, si pediste felicidad, o si lo pediste para ti o para otro, si pediste mucho o poco. Puede que no te guste descubrir que eres un egoísta, un aprovechado, un avaricioso; lo que veas puede cambiar tu concepto de tí mismo y quizá tengas que esperar al próximo enviado para corregir, y sentirte bien por dentro. Lo que yo pedí sólo lo sabré yo, y sólo yo sé si se cumple o no, y para eso ha de pasar tiempo, y cuando el tiempo ponga las cosas en su sitio, sabré si mi deseo se ha cumplido.
Recuperado el aliento seguí subiendo, atravesé la localidad de San Marcos y enfilé el tramo que me dejaba en la ermita del santo que le da nombre, justo antes de entrar en el Monte do Gozo; a la vista está ya el monumento que conmemora la visita del papa Juan Pablo II.
Entré en la capillita y volví a oir el zumbido del silencio, y es que todo estaba solitario, ni un peregrino, nadie en la calle, ni siquiera estaba el tío del quiosco, aunque estaba abierto; así que me colgué la mochila de nuevo y recorrí el último tramo embarrado del camino, hasta bajar las escaleras que me dejaron en la recepción del último albergue, la última noche, el último sello en la credencial antes de la Compostela. Mi camino estaba llegando a su fin.
Mañana he quedado temprano con mi Olga en la estación de autobuses, el bus de Madrid llega pronto y no se suele retrasar. Estos últimos días han sido duros, sobre todo por no poder compartirlos con nadie que no estubiera al otro lado del auricular. Ahora llegaba ella y su simple presencia me conforta, y hablar del tema nos ayudará, aunque después de 33 años juntos nos dice más una mirada o un gesto que todas las palabras que podamos decir. Pensamos recoger la Compostela, ir a la misa del peregrino y hacer las visitas obligadas a la ciudad. Sobre todo a mi amigo Santiago, el socarrón. Hemos quedado con mi hermana Rosalía el domingo por la mañana para ir por fin al hospital donde duerme Criss y no duermen los que la quieren....