... Y QUIEN ES ESTE TIO?? 6 ª parte y P.D.





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El bus llegaba a las 9:00 H así que había puesto el despertador a las siete para que en una horita me diera tiempo a recorrer los últimos kilómetros y encontrar la estación, que no sé dónde está, aunque la he visto cinco o seis veces en el planito de Santiago.
No debe de llevarme más de diez minutos desviarme del camino y llegar hasta allí. Cuando sonó el móvil hacía poco que me había acostado. Mantuvimos la charla Carlos y yo hasta hace un rato, así que estoy molido.

Para no despertar a nadie, saco todas mis cosas al pasillo. Parece ser que la mitad de las chicas se cambiaron de camareta, supongo que por el cartel que pongo al acostarme: "atención, aquí se ronca", no es la primera vez. Ya en Astorga una alemana entradita en años se pasó toda la noche dándome bastonazos en el culo con el bordón cada vez que empezaba la serenata, profiriendo toda clase de improperios en alemán (haar ronkauntipen howronkaesteinch estrujengorxa kallahodar, hombre ya!!!), hasta que alguien le dijo que se pusiera tapones, que en todas las guías del camino se recomiendan, que dejara de protestar. No se los puso, se fue a dormir a la cocina y nunca más se supo.

Tardé poco en vestirme y guardar las cosas porque las había dejado preparadas antes de acostarme, desayuné un café y un bollo que saqué de las máquinas automáticas que hay monte abajo. Y me puse en camino. Para no variar, llovía en Santiago, me encanta Santiago cuando llueve. No sé realmente cuánto tardé en llegar, pero fue bastante poco. Poca gente por la calle, y algún que otro coche de quien empezaba la jornada del sábado. La estación estaba tan cerca como parecía en el plano así que me planté allí como media hora antes de que llegara el bus. Salí a buscar un bar donde se pudiera fumar porque supuse que en la estación estaría prohibido. Hacen bien, que el tabaco es malo. Un cortadito y a la estación, que está a punto de llegar Olga.

Con el despiste habitual que me caracteriza, llegué un par de minutos después que el bus, y cuando me llamó Olga al móvil estaba bajando al andén por una escalera mientras ella había subido por la otra. Yo en mi sitio, así que fue ella la que me esperó a mí y no yo a ella como estaba previsto.

Sólo habían pasado diez minutos y estábamos desayunando (otra vez) en el bar de la estación. Después de contarnos las pocas cosas que aún no nos habíamos contado, inevitablemente comentamos la situación de A Coruña. Le dije que ya había quedado con mi hermana mañana por la mañana, así que teníamos todo el día de hoy para terminar el Camino. A cada paso que dábamos, Olga me preguntaba cual era mi opinión sobre el tema de Cristina, por qué le podía haber pasado eso, si fuera posible salir del coma, etc. Yo tenía una opinión clara que me había formado en los ratos de caminata, y de descanso. Hablando con Rosalía, que fue quien nos mantuvo informados con regularidad, me comentaba lo que ella había entendido de los partes médicos diarios. Me quedé con las cosas clave. Habló de "coma irreversible”, “derrame cerebral", "infarto cerebral”, “otro derrame cerebral”, “presión intracraneal alta”, “la operación ha salido bien", "un cerebro de lo peor que he visto en todos mis años de neurocirujano”, “muy malita", "respiración asistida". Tras horas compartiendo información que por distintas fuentes nos había llegado, dije a Olga en voz alta por primera vez lo que venía pensando desde hacía días: Cristina ya no está.

Siempre fue un acontecimiento para mí recoger la Compostela, siempre fui acompañado de quien hizo el camino conmigo, siempre fue un momento mágico. Hoy vengo acompañado por Olga, he terminado un camino que me ha costado cinco meses acabar, me han frenado una enfermedad pasajera, la pérdida de un ser querido, y ahora, al final, la tragedia de Cris. Parecía que no me estaba permitido llegar. Vine, vi y vencí, pero el mágico momento se difumina con otros sentimientos más poderosos.

Gastamos el día en recoger la Compostela, comprar alguna cosilla que nos recuerde este Camino, como si hiciera falta algo para recordarlo. Entramos en la catedral una hora antes de la misa. Nos sentamos en uno de los brazos (transepto), el de la puerta de Praterías, a un par columnas del bordón que supuestamente usó el Apóstol en su predicación por estas tierras. Tuvimos suerte y alguien pagó por sacar el botafumeiro, para disfrute de todos los que llegamos hoy a la catedral.

No soy especialmente devoto, ni asiduo practicante, pero sí creo en Dios y le hablo sobre todo porque me ayuda a ordenar mis pensamientos. No suelo quejarme de lo que El me da o me quita, porque ni siquiera sé si El pone o da. Nosotros ponemos o quitamos a nuestro antojo a nosotros mismos o a los demás. Y quejarse no sirve de nada. Con qué cara voy yo a quejarme de un dolor de cabeza a quien tuvo una corona de espinas clavada en su frente. Pero hoy me he tenido que quejar. Hablé con Dios. Le pedí explicaciones sin esperanza alguna de obtener respuesta pero con la seguridad de que El orientaría mi razón y encontraría un por qué. Nada. No creo que supiera entender lo que me dijera. ¿Cómo le explicas a tu hijo diabético que a él no le das el caramelo que le acabas de regalar a su hermano?. Aunque Dios me quisiera explicar, yo no sabría entender. Pero no puedo evitar la rebelión que supone presenciar una injusticia como la que estamos viviendo. Por qué?. Es una chica estupenda, trabajadora, alegre, amiga, cariñosa como ella sola. Por qué no te llevas al hijoputa del violador o al asesino o a quien solo vive para hacer el mal, al que inició una guerra o al terrorista que masacra sin remordimiento alguno. Y por qué no te los llevas antes de que ejecuten su mal. Eso sería producente, eso sería justo no?. y por qué a ella?. qué mal pudo hacer?.

Estuve en blanco un rato, sin pensar, sin hablar con la mente, sin esperar respuesta. No podía ver bien a Santiago, aunque sabía que estaba allí. El hecho de que no le veas no quiere decir que no esté. Y el hecho de que no le oigas no quiere decir que no te hable.

Comencé a pensar, a discurrir, a dejar que las palabras salieran de mi interior hacia mi interior, quise pensar que Santiago pulsaba las letras del teclado, al dictado de Dios, para leer yo en mi cabeza lo que decían, ¿y si la gente no se va de este mundo por castigo divino?. ¿Y si marcharse es un regalo para el que se va?. Para eso haría falta creer firmemente en el cielo o el infierno, en la vida después de la vida, y en eso creo, el Camino no se puede acabar en la tumba, hay más etapas detrás; y pronto Cris terminará su etapa en la tierra, que no su Camino, que continuará después de la vida.

Continuará en esa otra etapa donde la flecha amarilla marcará la ruta del Fin último, que no es otro que la felicidad completa, una felicidad que aquí, en esta etapa terrenal no se puede alcanzar. ¿Merecerá entonces la pena padecer el sufrimiento de los que aquí se quedan, su dolor, su rabia?, no lo sabremos hasta que los que están allá nos lo cuenten o lleguemos nosotros mismos. Quizás debiéramos dar la vuelta a la razón,  pensar en lo que tiene Cristina, en eso que hace que un Ser Omnipotente no pueda  esperar ni un segundo más para recuperar a un ángel que, hace diecinueve años, entregó a sus padres. Se la entregó  para que la guiasen, para que la condujeran hasta aquí, para recorrer esta etapa que le tocaba empezar. Cumplieron su misión con creces, pese a ser un tramo pedregoso con continuas rampas, no un camino de rosas. Un tramo difícil hasta el final. Quiere recuperar a su ángel porque sabe que ya merece el premio que le tiene reservado, y se lo va a dar.

 Con esto me quedo. No puedo pedir que se produzca un milagro, que  se levante y ande como si despertara de la siesta. No puedo pedir que se me explique el por qué. Me tengo que quedar con la enorme rabia que me impide sentir otra cosa que dolor e impotencia. Sus abuelos, su hermano, sus padres quedarán y si a mí me explota la cabeza de la rabia contenida, no puedo ni imaginar lo que ellos puedan sentir. Así que si algo quiero pedir será que el sufrimiento no dure demasiado, que ellos no sufran más de lo que puedan soportar, como está escrito en un papel mojado y arrugado allá en el fin del mundo.

Terminó la misa, y como he hecho siempre, fui a darle un abrazo a Santiago, a darle gracias por permitirme llegar hasta él, y cumplir las promesas que hice a la gente que me pidió que me acordara de ellos al llegar. Un abrazo que, como manda la tradición, acompañé colocando sobre su cabeza el sombrero que me protegió del sol y la lluvia en el camino, al tiempo que le susurré al oído, "encomiéndame a Dios, mi amigo". Después baje a la cripta donde está el arca que contiene sus restos, me arrodillé sin quitarme le mochila de la espalda, quedé en silencio un rato infinito, el zumbido se apoderó de todo alrededor, y es que en ese zumbido sordo he sabido escuchar las palabras de Santiago, y sentí que debía ir a Cris y encomendarla a Dios, de su parte, porque ella no vendrá ya.

Salimos de la catedral por la plaza del obradoiro con rumbo al hotel cercano al Monte do Gozo, donde el domingo nos recogerán Oscar y Rosalía. Ya en el empedrado de la plaza, volví la vista atrás par echar la última mirada al pórtico de la Gloria que tanto me fascina, recorrí la imagen de Santiago en el parteluz, a Moisés, con las Tablas de la Ley en su mano, a Isaías, a Daniel sonriente, y Jeremías  siempre triste. Así mil imágenes más, entre ellas los veinticuatro músicos, los veinticuatro ancianos del Apocalipsis, y bajo el arco donde tocan su sinfonía reconocí a alguien de espaldas, con las manos atrás y el bordón apoyado en su hombro, mirando hacia los músicos esculpidos en la piedra. Giró levemente la cabeza, hizo una mueca de media sonrisa sin apenas mover su bigote negro, levantó su bordón hasta la altura de la rodilla y, ahora sí, leí en sus labios un buen Camino que escuché en la disancia como si estuviera a mi lado. Se fué. Con paso lento pero acompasado, golpeando la piedra con su bordón cada cuatro pasos, con el movimiento automático que solo sabe hacer un peregrino de reserva, añejo, experimentado.

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Hasta aquí me traen las notas de mi diario del Camino 2009, pero no quiero dejar aquí la historia, es una historia que no termina en Santiago, porque hay más. Hoy recuerdo todo como si fuera ayer. Pensaba complir mi compromiso de encomendar a Cris desde la sala de espera de la Unidad de Reanimación donde estaba hospitalizada, no quería quitar a sus padres ni un segundo de estar con ella. Sólo podían entrar unos minutos dos veces al día, y me daba la impresión de ocupar un lugar que no le correspondía más que a ellos. Pero Suso insistía, en mi interior quería verla, así que entré unos segundos, para ello tenía que salir uno de los dos, salió él y entré yo.
 Allí estaba en una sala larga con las camas aparcadas en batería, no tengo ni idea de cuantas camas había ni de qué color eran, solo pude ver a mi prima Bea de pie, a la izquierda de la cama donde dormía Cris, enchufada a un sinfín de tubos, cables y aparatos. No me impresionó verla, esperaba que estuviera peor, mi imaginación, como la de todos, había volado más allá de la realidad. Estaba dormida, eso es, dormida. Ni un gesto, parecía tranquila, su pecho se movía con el ritmo que le marcaba el respirador al que estaba conectada, los ojos cerrados, y los brazos a lo largo de su cuerpo tapado con una única sábana. Su madre cogía su mano con las suyas y la miraba, la miraba sonriendo, la miraba con tanto cariño que parecía darle su propia vida. Tenía esperanza, mucha esperanza . Me dijo que estaba guapa hoy, que otros días las vendas de su cabeza le daban peor aspecto, pero que hoy estaba bien.

Yo instintivamente le cogí el brazo desnudo primero y la mano después, su brazo estaba frío, pero su mano estaba caliente. Lo comenté, fijate Bea, tiene la mano caliente. Según decía esto me di cuenta, acaba de salir Suso y seguro que la tenía cogida de la mano, esa mano estaba ardiente como abrasada como sólo el calor de un padre puede abrasar. Con su mano valientemente sujeta, le susurré que Santiago la encomendaría a Dios, y, aferrándome a lo impensable, le dije que el año que viene tendría que venir conmigo a hacer el Camino otra vez, "... pero el francés, que el inglés ya te lo conoces bien".

Regresamos a casa, a Madrid, y aún volvimos otra vez más, solo para estar con ellos, nos lo pedía el cuerpo. Nos preparábamos para volver por tercera vez en el puente de la Constitución, pero una semana antes, el 27 de noviembre, nos llamaron para darnos la última noticia, van a desconectar todos los aparatos de Cris, se había certificado la muerte cerebral y no había nada más que hacer.

La sinfonía dejó de sonar, cada día un músico guardaba su instrumento, los veinticuatro músicos del pórtico de la Gloria que contemplaba aquél peregrino, dejaron de tocar, y veinticuatro días después del primer derrame, pusimos a Cris en el último albergue de esta etapa.

Cris, déjate guiar por los que ya hicieron la etapa del camino que empiezas ahora, y prepárate para guiarnos a nosotros cuando la flecha amarilla de nuestra vida nos lleve hasta ahí.

En la última forma posible de comunicarnos contigo escribíamos: ¡Qué tendrías que Dios no quiso esperar ni un segundo más a recuperar a su Angel! y te deseamos lo más grande que se te pueda desear ahora:

Bo Camiño, Peregrina